«Raíces Eternas: La Pasión de Juan Chaglasian entre Viñedos y Sueños»
Hay historias que no necesitan ser contadas para impactar; basta con encontrarse frente a ellas, sentir su presencia en el aire, en cada rincón, en cada gesto. Juan Chaglasian es una de esas almas que lleva consigo la historia de generaciones, de fronteras cruzadas y de sueños plantados en la tierra, como quien siembra una semilla de esperanza. Su camino, que comenzó en las calles de un barrio del conurbano bonaerense, ha florecido entre viñedos, en un rincón del sur de Mendoza ,San Rafael , que parece haber sido esculpido para hacer eternos los recuerdos de su herencia armenia.
Juan es de esos seres que, si tiene un pedazo de pan, lo parte en pedazos iguales para todos los que se sientan a su mesa. Su carisma, su generosidad, no solo se reflejan en sus gestos, sino también en la forma en que ha enfrentado la vida. Un luchador incansable, un apasionado. Desde el primer encuentro, hace más de un año, su simpleza y sus historias me cautivaron, y hoy, sentada una vez más en una mesa pequeña y acogedora, me sigue sorprendiendo.La primera vez que conoci a Juan nos contó sobre su viaje, uno que lo llevó del sur del conurbano hasta Houston, en el estado de Texas. Su relato podría formar parte de una serie de Netflix, una historia de vida marcada por la resiliencia, la determinación y la búsqueda de un sueño más grande que el miedo.
Con apenas 25 años, decidió abandonar su tierra natal y embarcarse en una travesía que lo llevaría a cruzar fronteras, con una pequeña bolsa cargada de esperanza y valentía. Se dedicaba a la construcción, pero en su corazón, latía un anhelo más profundo: el vino. La pasión que descubrió más tarde en la vitivinicultura sería el impulso para cambiar su destino. Como él mismo lo dijo en una ocasión: «Si algo no me da pasión, no lo hago». Y con esa convicción, dejó atrás todo lo que conocía para construir una vida en torno a los viñedos, el suelo, las uvas, y los sueños.
Su proyecto comenzó en el año 2005, en pleno auge del vino y del enoturismo en Estados Unidos. Fue entonces cuando Juan decidió plantar su primera viña, desde la distancia, soñando con que un día esas uvas serían las que llenarían las botellas de su bodega. Mientras tanto, seguía en Estados Unidos, con su familia. Pero el llamado de la tierra era fuerte, y en 2009, después de haber sembrado, de haber visto sus viñas crecer, regresó a Argentina, a Mendoza, y allí, en San Rafael, echó raíces profundas.
La viña no era solo un negocio; era un legado. Con 14 hectáreas de tierra fértil, plantó las variedades que más lo inspiraban: malbec, cabernet sauvignon, cabernet franc, tempranillo y chardonnay. Cada planta, cada racimo de uvas, lleva consigo una parte de su historia, de su herencia armenia. No fue casualidad que, cuando decidió construir la bodega, buscó plasmar en su diseño arquitectónico un homenaje a sus orígenes. Junto a Marcelo Leal Barutian, un arquitecto también de raíces armenias, dieron vida a un proyecto que no solo produciría vino, sino que también contaría una historia. La fachada de la bodega recuerda a un monasterio armenio, con sus escaleras y su cúpula que miran al cielo, como si buscaran la conexión entre el pasado y el futuro.
«Mi familia viene de Armenia, huyendo del genocidio», dice Juan con un brillo en los ojos que delata el peso de ese pasado. «Nací en Buenos Aires, pero mis raíces están allá, en Kilis y Marash, los pueblos de mis padres. Aunque crecí en Argentina, el peso de la historia siempre estuvo presente. No tuvimos la oportunidad de aprender el idioma ni de asistir a colegios armenios, pero nuestras costumbres, nuestra esencia, nunca desaparecieron».
Esa esencia es la que se respira en cada rincón de Chaglasian Wine & Suites. A tan solo 10 kilómetros de la ciudad de San Rafael, Mendoza, se encuentra este pequeño refugio enológico, donde los visitantes pueden no solo degustar vinos, sino también hospedarse en un hotel enclavado en medio de los viñedos. Cada detalle del lugar, desde el símbolo de tranquilidad desde su entrada hasta los ventanales que miran hacia las viñas, cuenta una historia de pasión, de raíces profundas y de sueños cumplidos.
El proyecto de Juan ha crecido con los años. Lo que comenzó con unas pocas botellas para consumo personal, hoy es una producción de más de 35.000 botellas al año. Vinos que viajan a Estados Unidos, que se disfrutan en el mercado local, pero sobre todo, vinos que llevan consigo un pedazo del alma de Juan y de su equipo. «El vino no es solo un negocio», dice Juan. «El vino es alma líquida, es pasión embotellada. Cada botella es el resultado del trabajo duro de muchas personas, de la tierra, del clima, de los sueños que ponemos en cada racimo».
El enólogo Gustavo Mosso, amigo y cómplice de esta aventura, ha sido el encargado de darle forma a esos sueños en cada cosecha. «Entendemos a dónde queremos ir con nuestros vinos», dice Juan. «Queremos que cada botella cuente una historia, que sea algo más que una bebida, que tenga un pedacito de nuestra alma».
Hoy, Chaglasian Wine & Suites no solo produce vinos tranquilos, sino también espumantes bajo el método champenoise, siempre con la misma dedicación y cariño. Además, el hotel sigue creciendo, con la idea de ofrecer a los amantes del vino una experiencia inmersiva, donde cada ventana del hotel ofrece una vista directa a los viñedos, y donde cada rincón está diseñado para hacer sentir al visitante como parte de este mundo tan especial.
«La pasión es lo que nos mueve», concluye Juan. «El vino, como la vida, es un viaje, un proceso que requiere paciencia, dedicación y amor. No es solo un producto, es una forma de conectar con lo más profundo de nuestra esencia».
Y así, en cada copa de vino de Chaglasian Wine & Suites, se entrelazan las historias de un pasado , la pasión de un soñador incansable y el sabor de la tierra mendocina, que, aunque lejana, resuena con la misma fuerza de aquellas montañas caucásicas. Porque el vino, como la vida, es una forma de recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos. Y en cada sorbo, está la eternidad.